Como si el libro siempre hubiese sido así

Es tentador pensar que las cosas son como las vemos, contemporizar el pasado es una de las consecuencias de caer en esta tentación. Sobre todo es fácil explicar entonces como nuestros favoritos son mejores que las novedades que los sustituyen o completan.

Pensemos, por ejemplo, en los libros.

Es frecuente usar como argumentación sobre la superioridad (y ya el término no me gusta) del libro impreso sobre el libro electrónico, la mayor calidad caligráfica, de definición y de detalle en el libro impreso. Se reportan entonces ejemplos de magníficos libros desde muchos años atrás (inútil especificar si del s. XIX o de 1989) hasta hoy.

La cuestión sin embargo es falaz. Lo es por dos motivos. Uno, porque el libro electrónico no es ni debe ser una transposición digital de un formato impreso: reducirlo a este concepto es muestra de pereza factual y conceptual, pero también manifiesta el grado de maltratamiento que el libro electrónico recibe desde su concepción en el sector editorial. Dos, porque presenta y propone el libro impreso desde un punto de su desarrollo tecnológico y formal, mientras el libro electrónico se halla, por diferentes motivos, en un estado aún incipiente; basta pensar a cuánto tiempo ha sido necesario en esta veloz situación tecnológica para que los comunes dispositivos lectores aceptasen el formato 3.o del ePub. Es inútil mencionar la diferente velocidad de las revoluciones tecnológicas sin aportar una escala razonada con datos verificables y porque además habría que incluir la escala del esfuerzo en innovación tecnológica en ambos tipos de libro a lo largo del tiempo y cuantificarlos, empresa que más que ardua me parece imposible y en cierto modo irrelevante.

Es mi modesta opinión que más que centrarse en estos debates estériles, en estas denigraciones insustanciales, sería mucho más productivo para el sector editorial reflexionar sobre la dimensión total de la revolución digital en el proceso de edición, sobre la naturaleza del libro electrónico y sus necesidades específicas, una reflexión sobre su tipografía y la definición de una terminología nueva y para terminar sobre la dirección que se desea imprimir de un modelo económico en transformación, porque también hay algo que decir en este campo y no conviene dejar que las decisiones las tomen siempre otros.

La gestión de los originales

Un problema recurrente en las editoriales es la gestión de los originales (prefiero no usar el término manuscrito por razones obvias). Las grandes editoriales por lo general no aceptan el envío de originales no solicitados, lo mismo que algunas editoriales medianas. Entre las editoriales medianas existen las que no los aceptan y las que sí y en este caso la gestión de los originales incluye la práctica análoga al silencio administrativo negativo en un lapso de tiempo determinado (tres o seis meses, según), es decir que al no responder no existe interés.

Así pues el problema de la gestión de los originales queda muy circunscrito a aquellas editoriales que desean mantener una contacto muy estrecho con los autores. Y es un problema porque por o general se gestiona mal. Veamos un par ejemplos.

  1. La editorial envía un mensaje de recepción del original y promete responder en unos meses, no pocos porque son una editorial pequeña, escriben, y no pueden responder siempre con la celeridad que desearían. De hecho no responden.

    El problema es que el flujo de trabajo no corresponde con los deseos de la editorial. Las tareas son muchas, el personal poco y la gestión de muchos originales que necesitan valoración genera un cuello de botella que al final se retuerce contra la editorial en la valoración que el autor realiza. Es un problema muy común. Si no podemos gestionar el tiempo y el flujo de trabajo en modo de dar una respuesta cierta en un tiempo límite, porque no es posible solicitar al autor una espera infinita, es mucho mejor optar por la política del silencio administrativo negativo. No es la opción que se ambicionaba ni refleja la voluntad de la editorial de establecer buenas relaciones con todos, pero dejar las relaciones incumplidas, en el aire, resulta peor y con relativa frecuencia afecta también a otros campos relaciones de la editorial.

  2. La editorial envía un mensaje de recepción del original y promete responder pasado un tiempo prudencial, ten paciencia. La editorial responde negativamente, pero en términos vagos e invita a enviar otro originales en el futuro. Si el autor a su vez responde solicitando que motivos han llevado al rechazo y que tipo de obras debería enviar en el futuro para evitar comunes pérdidas de tiempo, el autor choca con un muro de silencio.

    Aquí el problema de la gestión del original en el flujo de trabajo tiene otra vertiente. La valoración del original no incluye la redacción de un informe de tal valoración sobre el que basar respuestas y futuras relaciones. Los motivos son idénticos, casi siempre, a los del caso anterior: las tareas son muchas, el personal poco y la gestión de muchos originales que necesitan valoración genera un cuello de botella.

La ambición de mantener un contacto fluido choca con la realidad de las disponibilidades y con un flujo de trabajo infraestructurado en relación a estas o sobredimensionado en relación a las capacidades efectivas de la editorial: hay que ser realistas.

Podríamos pensar que la solución óptima sería responder en modo personalizado y detallado a cada uno de los autores. Error. Existe la misma proporción de respuestas airadas en el caso de una respuesta genérica que en el de una detallada (pero no solicitada).

Una respuesta genérica es, en mi opinión, la primera respuesta. En la mayor parte de los casos el autor acepta la respuesta genérica sin más, en pocos casos solicitará explicaciones; jamás he entendido bien por qué pues las críticas de un editor podría ser muy útiles para revisar la obra y mejorarla o entender la orientación del mundo editorial en general. Si el autor solicita mayor detalle hay que saber dar un respuesta que incluya las motivaciones basadas en un informe de lectura; cada editorial puede estructurar este informe en el modo que crea oportuno y funcional. Aquí la definición de un flujo de trabajo y gestión de los originales es la clave: si no puede darse no invitemos al autor en algún modo a proseguir el intercambio de correo, es mejor buscar una alternativa elegante y que no consuma energías.

En definitiva, ser realistas en el momento de establecer cual va a ser la gestión de originales recibidos dentro del flujo de trabajo de la editorial es fundamental. Definir el mismo flujo de trabajo, sus pasos, responsables y responsabilidades, las modalidades de comunicación interna y externa, por esenciales que sean, constituye un aspecto esencial de la vida de la editorial y debe atenerse a la disponibilidad real más que a ambiciones de carácter ideal que pueden acabar por retorcerse contra la editorial y en el peor de los casos envenenar nuestro trabajo.

Dos cuestiones no resueltas en la London Book Fair

London Book Fair suena imponente. Sin embargo la edición en curso ya ha planteado dos cuestiones no resueltas en el mundo de la edición, que son, más o menos, las mismas por doquier.

Cuestión 1

Big Data. En pie ha quedado la reflexión ¿Para qué Big Data? ¿Qué Big Data?  que en inglés quizá suene mejor según sea el propio grado de anglofilia.

Bajo la falsa pregunta ¿qué hacemos con los datos? la #LBF ha planteado sin más el uso intensivo y extensivo de Big Data, en la línea que ya se ha defendido esto precedentemente. Esta línea prefiere pensar que los editores no saben aún cómo usar Big Data y que por lo tanto se fían de viejos métodos acientíficos, lo que relega al editor a una era anterior, predigital (y aún atecnológica): significativo el cierre del artículo con su pregunta retórica ¿quieres ser una dinosaurio o una dinamo? (y hasta aquí pensaba que la dinamo era de verdad algo del pasado).

La pregunta que no se ha respondido es: ¿Ha habido una reflexión sobre qué datos y para qué? No es moco de pavo. Una reflexión así es necesaria para saber exactamente qué se desea saber: la programación, la informática, es predeterminante. Quien haya errado una vez en este campo sabe que modificaciones importantes equivalen a volver a empezar o casi. Responder a estas preguntas previas significa asimismo haber reflexionado sobre qué modelo de edición se persigue. No se trata pues de algo sin valor e intrascendente. Y no hay aun respuesta a esto, que yo sepa, o en el peor de los casos no se quiere explicar el modelo escogido.

Cuestión 2

Los autores autopublicados siguen siendo un problema para el sector y quizá incluso para los autores, más o menos, afirmados.

The Bookseller y GoodEreader dan voz al descontento. Falta de respeto, escritores de segunda división y otras lindezas de esta risma. #LBF no es la única feria que ha manifestado la incapacidad de gestionar la cuestión. Tras esto están: las editoriales que no desean o prefieren o no ver autores que campan a sus anchas si ellos; autores que ponen mala cara pues ven en la edición tradicional la garantía de haber pasado un filtro, mientras la autopublicación permite a cualquiera publicar cualquier cosa (lo cual es cierto también entre las editoriales); una combinación que prefiere poner un coto a las plataformas digitales, especialmente Amazon, y que escoge el eslabón más débil como objetivo; la falta de un interlocutor colectivo al cual dirigirse institucionalmente, como prefiere cualquier feria.

Habrá sin dudas más motivos, pero estos son, creo, los recurrentes y evidentes. la cuestión de fondo es que el sector editorial aún está digiriendo su transformación, pero también que los grandes grupos y actores del sector tiene visiones contrapuestas sobre el desarrollo futuro y no aceptarán más jugadores hasta que las nuevas reglas no se hayan fijado en un sentido u otro.

Epílogo

No soy optimista sobre la institucionalización de los autores autopublicados y quizá siquiera tiene sentido pensar en ello. No creo que una sede como la #LBF sea la mejor para los autores autopublicados. Hay algunas cosas creo que sí podrían hacer los autores autopublicados para defender las propias posiciones, por ejemplo:

  • una red efectiva de colaboración entre autores sería mucho más eficaz que colocarse bajo el ala protectora de una distribuidora digital o una falsa editorial;
  • definir buenas prácticas tendentes a garantizar, al menos, la calidad formal de las obras;
  • buscar formas ágiles de coordinación por temáticas, por ejemplo, si se pretende poder sentarse en foros institucionales;
  • entender que entrar en un mundo profesional requiere profesionalizarse.

Todo esto, claro está, son solo mis opiniones.

 

El libro electrónico y la brecha digital

En la antepenúltima entrada de este blog me interrogaba sobre la posibilidad real de la red de ser un acicate a la lectura en un modo mayor o distinto de otras formas de lectura. Sostuve y sostengo que la red es un instrumento cuya mera existencia no supone nada: no justifica por si sola ni ciberutopías ni ciberdistopías.

Si ahondamos la cuestión hacia la brecha digital (o también llamada pobreza digital, que es todavía más clara como denominación), podemos ver como existe una tendencia a señalar a la red y al libro electrónico como un factor que no hace desaparecer tal brecha. Y creo que existe también en esto cierta confusión.

La brecha digital, qué es

La brecha digital es la (im)posibilidad de uso, acceso y apropiación de tecnología ya sea a nivel geográfico, socioeconómico o por género y está en relación a la calidad de las infraestructuras tecnológicas, a los dispositivos de uso, a la conexión y al capital cultural necesario a la transformación de información en conocimiento relevante; esto es lo que en otras palabras dice también el sector de la tecnología móvil mediante los informes y estudios de GSMA (aquí y aquí).

La brecha digital relación inversión, capacidad de gasto y nivel de instrucción de una comunidad: una reflexión sobre ello y los programas para la escuela de Nate Hoffelder.

Libro electrónico y brecha digital

Apostrofar al libro digital como (co)responsable de no atajar la pobreza digital es injusto. En primer lugar el libro electrónico no constituye una infraestructura de acceso, ni es un punto de conexión ni determina la existencia del punto o de conexión o su precio, ni representa, creo, una apropiación de tecnología que no represente por ejemplo un videojuego, un libro impreso o un par de zapatos. Si puede crear imposibilidad de uso al no ser interoperable, al poseer un DRM, al estar geolocalizado, al ser caro o al estar vinculado dispositivos (léase limitación a la interoperabilidad). Sobre todo el libro electrónico no es responsable del nivel de instrucción necesario a hacer de la simple información algo más. O sea no es responsable de la creación del capital cultural. Si así fuere, habría que considerar el libro impreso como (co)responsable de los niveles de analfabetismo (ya sea como tal que el funcional); teniendo en cuenta los impresionantes números de la superproducción editorial sería incluso vergonzante este parangón.

El libro electrónico como instrumento de difusión conocimiento, de las capacidades inclusivas de la tecnología, de superación de clichés culturales (la brecha digital vive en la discriminación por género, como cualquier otro fenómeno discriminatorio de la vida), depende de la construcción social a su alrededor, es decir de la construcción cultural: la economía, las interrelaciones personales, las creencias, las discriminaciones, las ideologías, las limitaciones físicas, etc…No tiene el libro electrónico de por si mayores capacidades de cualquier otro instrumento: todo uso de lo que construimos está decidido de antemano en función de una visión de sociedad, de la cual el instrumento en si tiene pocas o ninguna posibilidad de huir.

Lo que se olvida decir

Se olvida decir que estos datos están necesariamente radicados en las experiencias codificadas y clasificadas por editoriales, distribuidores, libreros, etc…en otras palabras la realidad que hay ahí fuera y que no se acoge a las convenciones del sistema no están recogidas, valoradas, analizadas y contabilizadas, en parte porque no sus ideadores y usuarios no lo desean, en parte porque un sector económico crece en ese cono de sombra, cuya dimensión real es desconocida y ese desconocimiento permite valoraciones económicas arbitrarias o sospechosas.

La parte colaborativa y abierta, cuyos circuitos de difusión no se hayan codificados o no hallan exclusivamente su modus vivendi en la red, esa parte, mantiene viva la mejor esencia del libro electrónico con todas las limitaciones que una situación de penuria puede conllevar en el consumo de bienes digitales; falta dinero para comprar un e-reader, por ejemplo, o existen dificultades en conseguir abastecimiento de energía eléctrica.

El pobre libro electrónico no es Superlibro, ni San Libro, haríamos bien en no pedirle los milagros que no ha cumplido el libro impreso.

Europa, Europa, libro de doble filo

 

Tenía un amigo muy aficionado a la política-ficción que es algo que ni de lejos me apasiona. Sin embargo hoy quisiera jugar un poco a adivina adivinanza a propósito del #ebook y de la posible disolución de la Unión Europea (y si me apuráis incluso de Europa, pero ahí entramos en un debate de veras muy serio).

Hoy como hoy el #ebook en Europa tiene una serie de restricciones activas que van de los distintos tipos de #DRM en uso por parte de los distribuidores y editoriales, a la imposible interoperabilidad de los formatos para llegar al bloqueo por geolocalización; esta ultima restricción siempre me ha parecido particularmente odiosa.

Este último punto ha sido puesto sobre el tapete de las discusiones sobre el #ebook y las políticas editoriales europeas en el pasado reciente. Parecía, y el uso del incondicional aquí es obligatorio, que se tenía la intención de desarrollar o instituir un marco geográfico en el cual las restricciones por geolocalización quedasen inactivas. Tras el anuncio poco o nada se ha sabido de esta iniciativa. De llevarse a cabo sería algo por lo cual felicitarse, si bien otras iniciativas restrictivas no van en la misma dirección.

La situación política general no da muchas esperanzas, por contra. Admitiendo que la iniciativa prosperase y fuese ejecutada, las amenazas de salida de la Unión Europea por parte del Reino Unido, de llevarse finalmente a cabo, o las amenazas de expulsión de esta organización dirigidas a otros países, si se transformasen en actos ejecutivos, acabarían con ella. Desde luego no sería la única. Por ejemplo, dejaría en un sueño la armonización europea del IVA aplicado al libro electrónico. Y hablo solo del libros.

Ahora imaginemos que la Unión Europea, a pesar de todo proceso centrifugo, se mantuviese como tal y se aprobase la desaparición de la restricción por geolocalización. En ese caso si aprobase el TTPI tal y como parece estar redactado, sé tanto como cualquiera de vosotros, muy poco por tanto, quizá se estaría abriendo el cofre de Pandora. Imaginemos a Amazon o Apple abriendo una sucursal europea en la cual verter la totalidad de títulos americanos y del resto del mundo. En inglés decís. Si claro, al menos al inicio. Y no porque una parte de los títulos de Amazon EE.UU están en castellano. Imaginemos que ambos actores pusiesen en marcha un programa de traducción del catálogo, inicialmente para autopublicados. ¿Os imagináis el impacto?

Todo esto es solo política-ficción, evidentemente, pero quisiera que sirviese para señalar que pasar por alto lo que ocurre en toda América o en Europa no puede conducir al éxito. Es necesario que los editores de todo tamaño y tipo hoy piensen en múltiples dimensiones, incluyendo la geografía entre ellas, pero sin olvidar las lenguas, los formatos, los derechos.

 

Sobre la propiedad del libro electrónico

Desde el inicio una cuestión ligada al libro electrónico que me ha inquietado es la cuestión de propiedad del mismo (por si hay un lector nuevo, lo que sigue son mis opiniones personales, discutibles.

Hablar de propiedad siempre es peliagudo, cuanto menos desde mi punto de vista. Con frecuencia propiedad y exclusividad van de la mano y el hecho de que A sea propietario de algo excluye que B pueda serlo también; la propiedad se convierte en un factor excluyente. Pero no siempre. Una propiedad también puede ser compartida, regalada, prestada. Hay instituciones que incluso son porque basan su existencia en la socialización de la propiedad: las bibliotecas, por ejemplo.

El libro impreso por sus características también hace que contenedor y contenido sean inescindibles, salvo che se fotocopie, se fotografíe, se escanee. Claro está que jamás podremos apropiarnos de la paternidad y por tanto de futuras explotaciones comerciales del contenido, al menos no lícitamente, porque ese es propiedad de su autor. Un razonamiento que vale para cualquier soporte y manifestación (en línea de principio).

El libro electrónico por su entidad inmaterial y su fácil reproducibilidad (ya hemos visto lo difícil que había sido antes reproducir el libro impreso) pone en jaque el concepto de propiedad, según algunos, precisamente por sus características, porque contenedor y contenido son separables y separados. Hay algo en este razonamiento baladí que no me cuadra.

En todo caso la defensa del contenido es primaria en esta visión y por ello se han adoptado medidas de seguridad: DRM, imposibilidad de interoperabilidad en los formatos, mercados verticales y lectura en la nube; el principio imperante es, en la mayor parte de estos casos, la no-propiedad de lo adquirido, el libro electrónico como licencia, si bien no aparezca explicitado en ningún lado.

La verdad, temo, es que el libro electrónico ha permitido dar un paso que antes no podía darse: afirmar el derecho a consumir y prohibir el derecho a la propiedad.

La paradoja es que mientras teníamos la propiedad del libro, y en cuanto propiedad era un factor excluyente, podíamos socializar contenido y continente. Ahora y para el libro electrónico, no.

Separar compra de propiedad hace imposible compartir un #ebook, prestarlo, realizar bibliotecas temporales, etc. Curiosamente mientras el sistema actual hace esto imposible, estimula el uso de servicios de consumo del libro en la nube; no puedo dejar de preguntarme si esto no es una banalización del libro, que pasa de bien de formación (de todo tipo) a bien de consumo y si esto no tiene después un reflejo en la apreciación del libro y de su valor, incluyendo el libro impreso. Decía que es una paradoja, porque era impensable que defender la socialización posible de un bien pudiese pasar por la propiedad. La paradoja es que más allá de consideraciones histórico-legales no se está protegiendo el contenido ni los derechos del autor, sino la obligación del lector a recurrir obligatoriamente a un cauce blindado de consumo (y no entro en cuestiones como los datos personales y su comercio, por ejemplo).

Y ojo, digo consumo, no lectura, ni otra cosa, consumo.

El consumo está desposeyendo al lector no ya de la propiedad sino de los usos alternativos y sociales que de la propiedad puede hacerse.

Estando así las cosas obtener que el libro (electrónico o menos) sea mio abre la posibilidad a la socialización en el cauce que prefiera el lector, a formas de compartición temporal, a formas que damos por descontadas y que no necesariamente van en detrimento de los derechos del autor, en cuya defensa las formas hasta ahora defendidas no solo no son efectivas sino ni siquiera la tienen como eje: lo que se está defendiendo aquí y ahora es el valor de la intermediación, ni derechos, ni valor del libro.

Dos lecturas de postre (siempre en este blog)

Sobre “espotifai” como modelo de lectura

Imaginando las bibliotecas

Paradojas del libro electrónico

Sin lectores y con pocos fondos para las bibliotecas, es decir para que quien no pueda comprarlos pueda leer libros, las políticas de las editoriales son restrictivas en lo referente al libro electrónico: ¿quien será lector mañana?

Sin lectores y con pocos fondos para las bibliotecas, que crea lectores, el sector editorial pretende remontar el vuelo: ¿estamos seguros?

El sector editorial se fagocita creando el mismo ciclo de ventas de una película en cartelera: ¿Acierta?

El sector apunta con el dedo al libro electrónico por no mantener las promesas: ¿las promesas hechas por quien y actuadas por quien?

En realidad los libros electrónicos marcan el fin de las editoriales como posesoras de un estándar de edición y su nuevo papel como receptores de estándares pensados por otras industrias: adiós al lector como centro porque ya no es él para quien se piensa en producto.

Las editoriales no desarrollan el libro electrónico porque no pueden establecer sus características, su marco de uso, su transmisión (en algunos casos ni siquiera comprenden que siendo la misma obra no es el mismo libro). Ante estas circunstancias, donde diversos otros actores (distribuidores, codificadores, constructores de dispositivos lectores) juegan un papel tan o más importante del mismo editor, éste no ve porque añadir a sus tareas y competencias el libro electrónico, lo cual determina, de paso, una progresiva futura disminución de su papel; un síntoma es la autopublicación como alternativa. Estas mismas circunstancias determinan que el editor no sea el mayor beneficiario (ni el autor, desde luego) en el reparto de porcentajes de la venta del libro.

Así pues resulta extremamente paradójico que el libro electrónico haya llegado a ser una esperanza para el sector. Más bien, diría yo, ha servido como chivo expiatorio  ante una situación estructural resultante de una serie de decisiones e inacciones del sector durante los últimos veinte años. Una crisis estructural que subraya despiadada el hecho de estar ante un sector no industrial que actúa como si lo fuese; otra paradoja más al descubierto a propósito del libro electrónico.

Sumemos a esto resistencias metodológicas culturales, prácticas, retóricas (mis favoritas son el olor de los libros, benditos ácaros y hongos, y la herencia de la biblioteca, como si las casas las regalasen) y nos hallaremos ante una situación paradójica: siendo el libro electrónico un formato con futuro los editores han decidido desentenderse de su definición y práctica. El sector editorial busca con desesperación una rentabilidad que le saque del agujero que ha excavado comportándose como una industria sin serlo, tratando la cultura como un elemento retórico y no como un hecho sustancial, trabajando como otros sectores con otras premisas, usando la tecnología en modo superficial (casi creyendo que será la tecnología la que resuelva los problemas y no una estrategia que subyace a su uso; que nadie se sorprenda entonces de la pervivencia de programas de conversión y del concepto mismo de botón mágico porque revelan el marco conceptual en el que se mueve buena parte del sector editorial).

El libro electrónico es el libro que ha sacado a relucir todas las ineficiencias y vulgaridades de un sector incapaz de redefinirse y aún diría incapaz de trazar una estrategia de defensa de la cultura no económica.

El presunto fracaso de “lo digital”

En un lustro he leído y oído tantas veces que lo digital ha fracasado o triunfado, con datos y estadísticas de todo pelaje y oscura raíz, que me resulta hastioso el tema. Sin embargo he decidido abordar la cuestión.

La sentencia de Roy Amara, “Sobrevaloramos el efecto de la tecnología a corto plazo e infravaloramos el cambio a largo plazo” calza perfectamente cuando hablamos del impacto de lo digital en la edición.

Me pregunto si el fracaso de lo digital como algunos vocean no es sino que el miedo al éxito de lo digital les había puesto excesivamente nerviosos: hablo de librerías, editores y autores que no se veían capaces, algunos siguen sin serlo aunque estén convencidos de lo contrario, de gestionar, dirigir y digerir la revolución digital. Como no se ahogaron de inmediato es que la ola fracasó.

La realidad es otra y aún están a tiempo de ahogarse.

El impacto de lo digital es profundo porque ha cambiado muchas pequeñas prácticas y hábitos cuyo impacto es mucho mayor del aparente: comercialización, exposición, prácticas de marketing, pero cuya comprensión quizá sea superficial y contentándose de prácticas comerciales no se vea justamente la profundidad del cambio.

Por otro lado la confusión terminológica y metodológica juega también a favor o contra el fracaso de digital: quien cuenta como comercio electrónico solo el referente al libro electrónico o ebook y no la venta del libro físico a través de plataformas digitales, quien confunde el incremento del volumen de ventas del ebook con el volumen económico de estas ventas, quien mezcla la lectura online con el libro electrónico (como mezclar el libro de bolsillo con la edición para coleccionistas); todas estas formas pueden leerse como claves del fracaso o del éxito de lo digital en al edición, según la perspectiva que aplique a la observación.

En realidad el impacto de lo digital en la edición estriba en el método de edición, que irremediablemente ha cambiado aunque sea un cambio que no todos han o están gestionando en modo óptimo, y que trae consigo otros muchos, de la escritura a al lectura pasando por la venta.

Las cortapisas al desarrollo del libro electrónico (DRM, precio excesivo, mala calidad de edición, consideración de subproducto, negación), eran las que había que esperarse. La cuestión es que lo digital vivirá un éxito seguro como tantas otras formas de revolución tecnológica.

El punto principal sin embargo, para mi, es que uso damos y daremos a esta revolución. Por un lado urge que nos hagamos cargo de que el cambio es profundo, que el sector editorial, que no es una industria por mucho que perore serlo, decida actualizar métodos de trabajo, actualizar sus conocimientos, perfeccionarlos.

Por otro lado, realizar los puntos elencados un poco antes implica que esto ocurra gracias a la consideración de los profesionales de la edición como tales y de los lectores como sus necesarios jueces y aliados; no podemos tratar a los unos y a los otros a patadas, negando derechos laborales y derechos del lector. Dicho de otro modo, implica una ética de edición puesta en marcha, defendida y actuada por editores, no por directores comerciales; no es que los números no cuentes, pero no se puede ir por la vida clamando en defensa de una “industria cultural” que ni actúa como industria ni guarda relación con la cultura (a menos que no sea la cultura del dinero).

No espero gran eco de esto que escribo entre los grupos afianzados en la edición, pero me satisface saber que en la periferia del sistema, prescindiendo en cierta medida del sistema mismo, esto se está actuando y demuestra su valor no solo sobreviviendo sino creciendo y expandiéndose (y no por que yo lo diga, sino porque hay quien lo cree y lo realiza).

A margen de estas consideración consigno aquí tres artículos cuya lectura aborda algún otro aspecto del “fracaso de lo digital”:

The future of FutureBook

John Makinson | “Readers don’t want content to change very much”

The book that talks back

Sin lectores: previsiones de un sector imprevidente

Con el año nuevo llegan siempre con profusión las previsiones de desarrollo de la agenda del sector editorial. Como todos, quien más quien menos, he leído una cierta cantidad de previsiones, encontrando a faltar siempre la misma: una política general para la lectura y una reflexión del sector editorial sobre cómo ganar lectores.

Aprovecho entonces para hacer un inciso: ¿es algo casual o pertenece a ese área programática del sector que consiste en sentarse a esperar que otros trabajen para él? ¿Entiende el sector editorial que sin lectores que les compre libros no tiene algún futuro?

Hago mías entonces las palabras de Julieta Lionetti en los comentarios de los comentarios de este post de Bernat Ruiz Domènech:

¿Cuánto tardaremos en darnos cuenta de que el libro es para cuatro locos, aunque se cuenten por decenas de miles? En eso reside la reconversión anhelada…

¿Cómo piensa seguir adelante el sector editorial? ¿Pondremos toda nuestra confianza en exprimir los datos de los (pocos) lectores para exprimirles aún más? ¿Pondremos toda nuestra confianza en la tecnología? ¿Pondremos toda nuestra confianza en la gamificación de la lectura o en cualquier otro factor?

Cobran sentido entonces las once preguntas que Manuel Gil Espín realizaba en su página Facebook a raíz del simposio valenciano sobre lectura, libros y demás (sobre el mencionado simposio aquí). Un simposio que presenta bases interesantes de trabajo, pero que deberá demostrar que ese trabajo va a hacerse con continuidad y que no quedará todo en agua de borrajas, en un país que entiende una campaña de lectura como algún anuncio en televisión y algunos pósters en las bibliotecas.

Ojalá estemos ante un cambio de ruta. El siguiente paso será, en mi opinión. una puesta en común de todas las experiencias rotuladas “campañas de lectura”, buscando ideas que funcionan, creando colaboraciones, postulando desarrollos que tengan mucho de social y sostenible. Y lo que hará el sector editorial está por verse, pero si no hace nada, si el sector se cruza de brazos esperando resultados que tenga en cuenta que lo harán sin esperarle.

¡A por el contrato!: cuestión global o silencio local

La noticia del sector editorial de la semana para mi, en una primera semana del año que en todo ha sido avara menos en noticias, ha sido la nueva ofensiva «global» por el contrato de edición por parte de los autores.

Autores americanos e ingleses reclaman un nuevo contrato de edición y ha llamado a la causa a los escritores del orbe (aquí un útil resumen), que aún se lo están pensando; ninguna de las asociaciones de escritores establecida en España ha dedicado una sola línea en estos días, aunque, eso si, muchas parecen más muertas que vivas.

A bote pronto no deja de ser interesante que apenas el mundo anglofono se mueve la cuestión es global y no internacional: toda una forma mentis a mi juicio. En la forma en que se ha suscitado la cuestión sin embargo, sí es global porque la cuestión de los derechos de autor se concibe hoy en modo global, si bien estoy convencido que existen muchas articulaciones contractuales flexibles a condición de querer confrontarse y hallar soluciones.

El perno de la reivindicación es el porcentaje retributivo, en especial modo llama la atención el punto dedicado a la venta del #ebook: «Authors should get at least 50% of net ebook income, not a mere 25%.» (Authors Guild).

Señalo que esto no es solo una reivindicación puntual y a corto plazo, es un indicador de cuanto se considere estratégico el formato electrónico en el devenir de la edición en un mercado que ya ha demostrado ser abierto a nuevas formas.

Ciertamente es una reivindicación que refleja como han cambiado las tornas en el sector, como quien ahora siente tener el dominio de la situación es el autor cuando otrora era el editor. A mi juicio no lo tiene efectivamente, pero no siempre lo objetivo prepondera.

Temo que esta reivindicación parte de una situación muy distinta a la nuestra, sea por la dimensión media de una casa editorial, sea por la distinta configuración de los canales de venta y distribución, sea las condiciones en que se fija el precio.

En las condiciones actuales de aquí aplicar esta reivindicación hunde cualquier intento de una pequeña editorial (independiente): la distribución de porcentajes con un precio bajo por ejemplar y un número de ventas aún bajo hacen inviable e insostenible el reparto reivindicado. Grosso modo con el esquema actual un #ebook con un precio neto (sin aplicar el iva) de 6 euros, 3 van al distribuidor, 1,5 al autor y 1,5 al editor, que se hace cargo de todos los gastos vivos (seguridad social, sueldos, alquileres, promoción, etc). Actuando así se favorece la concentración editorial, la preminencia de los distribuidores y de las plataformas de autopublicación (indiscriminantes sí, pero también indiscriminidas).

Es obvio que la caída de los ingresos de los autores es la preocupación que genera esta propuesta, pero se puede por menos observar que también ha habido una caída para los editores. Querer comparar los pequeños autores y si fuerte caída con los gerandes editores y sus números millonarios no es leal. Comparar dimensiones iguales dará una imagen más real, pero no menos dramática.

Una solución posible que tengo a bien proponer, sabiendo que no se hará ni caso, es la de establecer un porcentaje mínimo y estudiar después un sistema progresivo o dinámico según la cifra de ventas: por ejemplo partir del 25% para ir subiendo el porcentaje según sean las ventas hasta el techo que las partes pacten, introduciendo, por ejemplo, porcentajes distintos según la venta provenga de distribuidores o de venta directa.

Lo que está en juego no es solo la remuneración digna de los autores sino por un lado la supervivencia de un tejido de editoriales pequeñas y dinámicas, más atrevidas y arriesgadas y por otro la realización de libros electrónicos bien hechos que puedan atraer lectores: hundiéndose las pequeñas editoriales que brindan atención a este formato se hunde en este panorama el formato mismo. Y no veo como esto puede beneficiar a los autores. Deseo interpretar el silencio de nuestras asociaciones de escritores como el que habla de un proceso de reflexión antes de pronunciarse. De otro modo lo interpreto como otro señal de dejadez en relación del formato electrónico, que solo merece ser mencionado cuando es útil a señalar pérdidas reales o presuntas, pero no futuros.