Sobre el valor de la palabras y la terminología.

Es lamentable, creo, lo muy acostumbrados que estamos a hablar como si enunciásemos titulares o, en alternativa, lo muy acostumbrados que estamos a que los titulares de las noticias sean aproximativos, eso cuando no desvían directamente el foco de la noticia. Tanto es así que al parecer no exigimos en nuestra lectura precisión en la expresión. Viene todo esto a cuento de la última entrevista concedida por Arantxa Mellado a un medio argentino; me da igual si luego las imprecisiones son atribuibles al periodista o a Arantxa Mellado, si los periódicos solo hacen titulares, si es culpa de todos nosotros, incluido el aquí firmante, que ya no somos autoexigentes o todo junto. De hecho me es indiferente, porque lo que cuenta en esta entrada es como la falta de precisión y terminología unívoca está condicionando el modo que tenemos de representar el mundo y la realidad del libro en el mundo. Nada personal pues. Voy a por ello.

Segunda afirmación

Primera afirmación

!nternet permite que cualquiera pueda ser autor

O la mitificación de internet. No me resulta que internet como tal haya hecho posible la autoría a nadie en medida mayor a cualquier otro medio, incluyendo el papel y el lápiz. Ser autor es el resultado de una decisión personal que lleva a la realización de una obra “de ingenio” única, más o menos, en forma o contenido o ambas. Quienquiera siempre ha tenido la posibilidad de ser autor, bueno o malo, usando los medios que la ´época le brindaba, de la arcilla a internet. La confusión aquí está entre ser autor y publicar. Internet ha hecho más fácil publicar las propias creaciones porque ha rebajado los costes para esto respecto al pasado y a otros medios. Confundir autoría con publicación es confundir las cosas, es colocar el resultado en lugar del proceso, la conclusión por delante de la génesis. Esta primacía pretendida de internet tiende a darle una importancia desmesurada, a convertir internet en una especie de motor cuando en realidad en un medio a través del cual podemos difundir, usar herramientas que pone a disposición pero que son una parte y no todo internet e incluso podrían subsistir en algunos casos aun cuando internet fuese otra o fuese menos o no fuese en absoluto. Autor se ha podido ser siempre, con o sin internet y los modos de exclusión y filtro han cambiado pero no han desaparecido.

Segunda afirmación

En su opinión, el libro va a desaparecer como formato de lectura pero «se va a mantener como objeto decorativo». «Poco a poco el formato libro va a quedar relegado para aquellas obras que realmente nos hayan gustado, aquellas obras que necesitemos tocar, que necesitemos palpar, que necesitemos tener allí y verlas porque realmente han formado parte de nuestra vida o nos han impacto de una forma muy especial. El resto de las obras las consumiremos en digital», agrega.

La confusión de la normal en estos días y considero que, teniendo en cuenta el resto de la entrevista, Arantxa Mellado un poco ha ido remezclando conceptos que han hecho de la afirmación algo un tanto más turbio.

El libro va a desaparecer en su forma impresa, parece querer decir, pero la frase tiene un acento mucho más definitivo. Se confunde libro con formato de lectura, función con forma. O bien no estamos de acuerdo con esta afirmación mía y entonces precisamos cuanto antes una aclaración terminológica porque la cantidad de confusión que se genera con la polisemia de “libro” amenaza con crear escenarios de incomprensión apocalípticos. La extensión de la lectura a formas no necesariamente librescas, como defiende bien Arantxa Mellado, tiene poco que ver con el libro en si como formato y con la supervivencia del libro como designación de una agregación de textos más o menos enriquecidos, más o menos electrónicos. Esta extensión inició hace mucho, pero el libro no ha desaparecido como tal. Una confusión derivada es la de confundir venta de libros y editoriales con el libro en si. No son sinónimos y en cierto modo Mellado lo entiende, pero estoy en desacuerdo con su lectura de la nueva cadena de valores del libro en un entorno digital: otro día hablo de eso.

Un último aspecto es, a mi modo de ver, que la equiparación del libro (tout court) con “objeto decorativo” pone al libro en la misma posición de valor simbólico de un pisapapeles o un jarrón. Una identificación que solo puede hacer daño al libro, impreso o electrónico que sea, pues más allá del formato el valor simbólico permanece en cuanto vector de un contenido. Si para empezar no le damos valor con nuestras palabras, siendo un constructo de palabras y pensamientos, no tendrá valor alguno.

Una última afirmación discutible

Pero hay otro elemento en este mapeo general que no puede obviarse: el rol del Estado que, en sus palabras, tiene que tener una presencia «muy medida, en la primera fase el papel gubernamental es fundamental» ya que, «si se comporta de forma demasiado proteccionista, lo que hace es eliminar la iniciativa, entonces el editor se acostumbra a que todos los libros vengan financiados y subvencionados por el gobierno y deja de ser creativo, se acomoda».

El mito de la creatividad como desafío, sobre todo la creatividad como desafío de mercado, tiñe esta afirmación; y es significativo que en la argumentación se alternen los términos iniciativa y creativo, como si fuesen sinónimos a siquiera cercanos en significado. Una iniciativa es lo que da principio, la cualidad e adelantarse al resto y puede ser o no creativa, puede ser social o comercial, colectiva o privada. Creativo es algo capaz de estimular la creación o la innovación. Iniciativa y creatividad son iguales solo en la retórica de una visión de la vida económica. Buena parte de la creatividad no ha tenido como fin el mercado aun cuando haya terminado en él. Esto es especialmente cierto para la creatividad artística, que con frecuencia ha desafiado conceptos y postulados estables para abrir otros horizontes y solo el tiempo ha decretado la aceptación del mercado; hablamos de pintura, de escritores que en vida no vendieron un libro y otro largo etcétera.

Así, creo, se habla pues de creatividad empresarial. Esa que requiere que el estado subvencione pero limitadamente, que intervenga como solo acicate. Debate interesante aunque me pregunto siempre por qué el estado debe intervenir invirtiendo sin recibir ninguna parte de los beneficios, por qué no invierte en vez en incitar a los ciudadanos a crear simplemente, con un retorno más social que económico y sobre todo con un provecho que no será privado.

En definitiva, es necesario que todos, y que Arantxa Mellado me perdone por tomar su entrevista como ejemplo, realicemos un esfuerzo al hablar del libro. Es necesario que usemos un vocabulario más preciso y que renunciémos a las simplificaciones de titular periodístico. Es necesario también, estoy convencido, iniciar a dar valor a las palabras que pronunciamos y escribimos si deseamos convercer del valor de las palabras, o contenidos como los llama Arantxa Mellado, de otros.

Cuestiones prácticas de ética

En estos días he seguido un debate interesante que partía de una simple pregunta, ¿al lector debería importarle si el el libro que compra ha sido imprimido en un país extranjero? De hecho la pregunta es ¿al lector debe comprar un libro imprimido en el extranjero?

Salta a la vista que la pregunta tiene muchas e interesantes implicaciones.

Intentaré exponerlas y como siempre dar mi opinión: aquí hago un apunte, visto que los ánimos del sector editorial últimamente está muy soliviantados y son muy susceptibles, no trato de realizar una crítica sobre la opinión de nadie sino, más bien, dar mi punto de vista que será o no coincidente con otros, que gustará o menos pero que no es un ataque “personal”.

En primer lugar la identificación de extranjero es vaga, la pregunta original daba un localización precisa, pero suficiente. Se entiende que ese extranjero es capaz de imprimir libros a costos reducidísimos en comparación con los patrios. Esos costos reducidos son expresión de condiciones laborales inhumanas, opresivas e injustas, por lo tanto poco éticas para el sector cultural. Me pregunto cuántas editoriales se preocupan por saber los horarios que practican o los sueldos que tienen, o los contratos que han firmado los trabajadores patrios. Sin duda son mejores que sistemas semi esclavistas, pero la cuestión es que la identificación tout court entre extranjero y malo es necesariamente maniquea y no ética. Los mismo que es maniquea la asimilación entre libro barato = malo y libro caro = bueno: ¿en qué sentido sería bueno o malo el uno u el otro, éticamente, literariamente, respecto a un edición bien realizada? Mientras en el sector editorial aumenta el nivel y el número de errores sistémicos para reducir costos, esta distinción carece de sentido. Más aún desde un punto de vista ético.

Una cuestión que se ponesobre el tapete durante el debate al abordar la pregunta expuesta, es que la búsqueda del provecho no justifica todas las acciones, que existe un nexo ideal entre el libro y su territorio que el lector debe reconocer y que el editor debe respetar. Debe ser, sin embargo, un nexo elástico y si los libros imprimidos en el extranjero llegan a nuestras librerías. Una editorial es, con altísima frecuencia, una empresa de lucro. Busca por tanto maximizar la inversión reduciendo costos. El conflicto entre ética y empresa parece radicarse en la idea de que la supervivencia de la misma depende de la competitividad desarrollar. No deja de ser oportuno recordar que las editoriales usan o podrían usar muchos mecanismos de este tipo: del marketing a la externalización, aspectos estos que no son visibles en (casi) ningún debate planteado por las editoriales y que tienen evidente aspectos éticos e ideales.

Otra cuestión es la intervención de las instituciones ante esta situación. Es decir, si las instituciones establecen criterios de ayuda y subvención al sector editorial, un aspecto penalizador sería la impresión del libro fuera de ciertos territorios, con mayor o menos amplitud, colijo, dependiendo de la institución. O lo que es lo mismo premiar la radicación de la editorial en el territorio mientras despliega su actividad. En principio parece una medida oportuna y justa. Se me ocurre que tal medida, de ser aplicada, constituiría un incentivo solo en la medida en que los beneficios de acogerse a estas prácticas fuesen iguales o superiores (o cuanto menos no sensiblemente inferiores) a los beneficios obtenibles de buscar servicios a mejor precio en el extranjero. Me pregunto si no sería mejor que un incentivo una desgravación fiscal para aquellos que ya realizan estas actividades en este modo de forma regular: en ese caso quizá sería más eficiente solicitar una disposición fiscal en este sentido más que ayudas directas. Tengo mis dudas en lo referente a la eticidad de ayudar o premiar directamente a empresas con ánimo de lucro, especialmente en actividades culturales: ¿por qué no ayudar a otro tipo de actividades culturales, por ejemplo sin ánimo de lucro, en vez de a empresas? ¿no se genera un círculo vicioso, un cierto clientelismo, una visión instrumental de los fondos públicos? Antes de responder recuerdo que para el las instituciones sector editorial la promoción de la lectura pasa por la compra directa de libros a las editoriales, que a mi juicio es una forma de subvención directa, mientras no hay dinero para bibliotecas o no se no subvencionan (o se infrasubvencionan) actividades culturales colectivas sin ánimo de lucro. De hecho la cuestión manifiesta que por encima de los cultural esta lo crematístico y por encima de la ética la bolsa.

Una cuestión que aletean sobre las anteriores es, si el editor reconoce que tiene un vínculo cultural a través de su labor y si este mismo reconoce que su ética profesional le lleva a realizar su actividad de modo ético, ¿por qué es necesario premiarle? Es decir, si hace las cosas como considera que deben hacerse y que esta es la llave para garantizar al público lector lo mejor que puede realizar al mejor precio que puede proponer, o se la llave del éxito comercial desarrollando su propia ética profesional, ¿qué otro premio merece? Ya sé que se dirá que debe premiarsele porque otros lo harán mal y se llevarán el gato de los beneficios al agua arruinando la imagen corporativa (un dia alguien deberá explicarme si esta existe y en que se cristaliza). pero el principio es equivocado, porque si por un lado significa que reputamos al lector incapaz de valorar (pero, ¿y la crisis? Ah, porque todo esto es fruto de la crisi, ¿de verdad?) y por otro se vuelca el principio social según el cual se castiga al infractor, al que hace mal, pero no se premia a quien hace lo que debe: y todos pensamos que cuando nos ofrecen un artículo y/o servicio nos deben dar lo mejor al precio justo y no otra cosa, motivo por el cual resulta obsceno pensar que vale solo para los demás y no para nosotros mismos.

La cuestión final que expongo es está, ¿tiene sentido transferir al lector la obligación ética de corregir al editor allá donde el mismo editor no siente como propia su ética laboral?

Me parece una transferencia muy propia de estos tiempos nuestros: si tú quieres que yo sea virtuoso oblígame (y yo te diré que lo soy pero no te daré todos los medios necesarios para verificarlo). Me parece una forma muy liberal de cargar a otros con una responsabilidad que no es suya, una forma de deshacerse de la propia ética. En el caso de una editorial es la forma más clara en que puede expresarse la disolución de cualquier vínculo ético entre edición y cultura. Una editorial debe de ser capaz de mantener un pacto ético consigo misma. Luego puede explicarlo al público pedir que les apoyen, solicitar al lector que se sume a su proyecto, etc. Me parece fuera de lugar ligar la ética a la ayuda, la edición a la subvención: el ánimo de lucro comporta riesgo, o se asume o mejor pasar a otra cosa porque la cultura es cosa seria y no siempre se vende o se compra pero siempre refleja las ideas de fondo que le han dado vida.

En constante confusión: ¿falta terminología o es descuido?

Este blog inició su camino hace casi tres años y tiene, con esta, 98 entradas en su haber. Digo esto porque trazando un balance, incluso provisional, de cuanto dicho, hecho y visto (no digamos escrito) en este tiempo, cunde un cierto desánimo. Bien se vio en la última entrada.

En efecto, la revolución digital todavía está verde y no porque sea difícil de entender a estas alturas, sino porque no hay intención de ponerla en marcha en toda su extensión. Habría que decir sin embargo que existen editores, editoriales, autores que se han puesto a ello en la medida que les consienten sus propias capacidades y en algunos casos, demasiado pocos, colaborando entre si.

Lo peor, creo, es que sigue difundiéndose confusión. la semana de la cita de escritores de Euskadi contiene perlas como «…hoy en día no necesitas a editores profesionales, sino que hay redes descentralizadas que permiten publicar a cualquiera». Ignoro si es un error en la traducción de las palabras de Bashkar  o si él mismo no ve la confusión: aunque soy favorable a las redes descentralizadas y colaborativas la profesionalidad de la edición está tuteada por el acerbo de competencias y no por la centralización/descentralización de la labor. Del mismo modo editar y publicar no son sinónimos y, nota final, la edición sin editores es imposible ya en la propia naturaleza de las palabras que usamos. ¿Se confunde publicación y edición con un objetivo o por carencia de rigor? ¿Se confunden editores y editoriales? ¿De verdad creemos que en este, o otros países, se hace uso sistemático de editores y correctores en los procesos de autopublicación? Mi experiencia indica lo exacto contrario y nadie en el ramo de «servicios para el autor» ha dado jamás cifras sobre este particular, al menos que yo sepa. Sin terminología precisa, sin rigor expositivo (y no sugiero que yo sea un dechado de virtud en materia), poco vamos a avanzar en la divulgación de la exacta naturaleza, importancia, desarrollo de la edición digital y de los futuros del libro.

Otra canción es esa que habla de que futuro estamos construyendo, y no solo en referencia al sector editorial, los que trabajamos o nos apasionamos por los libros y la cultura.

Y llego pues al punto final de hoy que es la penuria de lectores. Qué difícil es pensar que seguiremos vendiendo libros si no hay quien los lea. Solo en el último año he visto, en Valencia, una iniciativa, coordinada y de medio plazo, para construcción de un universo de lectores. Veremos como va. Mientras tanto quizá sería útil que las editoriales animasen a sus escritores a ir a las escuelas e institutos a hablar de libros (no de sus libros, sino de libros en general, de su pasión), allí donde estén los autores. Quizá sería útil que las bibliotecas escolares hiciesen hablar de los libros que les gustan a los chicos además de incitar a la lectura. Quizá sería bueno que los editores fuesen a donde les llamasen a explicar cómo se hacen los libros (prefiero correr el riesgo de hallarme ante un editor honesto pero hostil a la digitalización que no hacer nada), cómo se  harán en el futuro.

Ps: voy a tomarme una pausa en este blog y por tanto el número de entradas en el futuro inmediato no será significativo, que se dice ahora. Los motivos son dos. Uno que desánimo cunde al ver que, en relación al libro digital, el sector editorial o se mueve muy despacio o no se mueve en absoluto. La segunda, parcial consecuencia de la primera, es que estoy encontrando gran satisfacción en mi nueva faceta de autor/escritor (por favor, siempre todo en minúsculas) y voy a dedicarle más tiempo y mayores esfuerzos.

 

Ebook, el muerto útil (o como el sector editorial encontró su excusa)

Siendo ya un veterano, el libro electrónico sigue siendo un desconocido. Todos, de forma profunda o aproximada, saben que un libro impreso tiene sus cubiertas, sus lomos cosidos o pegados y es capaz de reconocerlos. Con el libro electrónico no sucede lo mismo.

El libro electrónico es un constructo inmaterial, formado por líneas de código capaces de transmitirnos información en modos muy variados: texto, imágenes, sonidos. Realizar un libro electrónico supone tener un bagaje de conocimientos técnicos diferentes. Supone respetar unos estándares. El problema es que no ocurre así. Afirmo la constatación del escaso interés, por no decir nulo, del sector editorial hacia la implementación de estándares o del desarrollo formal del libro electrónico en este país. El índice de esta despreocupación lo hallo en:

  • la no pertenencia de ningún gran grupo editorial español al IDPF,
  • la no participación a de ningún gran grupo editorial español a los grupos del BISG
  • la no pertenecía de de ningún gran (o pequeño) grupo editorial español a la oficina española del W3C

O lo que es lo mismo la desvinculación del sector editorial, de sus grupos más potentes sin excusa y con excusa para los pequeños editores, de los organismos internacionales y por tanto de las tendencias de desarrollo del libro electrónico. Es difícil imaginar una “industria” que decida no decidir sobre el futuro de su desarrollo, sobre que base desarrollará sus presentes y futuras formas y tecnologías; ¿podemos imaginar a la industria del automóvil dejando en manos de los constructores de neumáticos o de las gasolineras decidir sobre la base de desarrollo de los coches? Personalmente no. Este parece ser el caso del sector editorial.

La calidad del libro electrónico resiente de estas (im)pertenencias.

Esto no es exclusivo del mundillo peninsular: desde los albores de la irrupción de la digitalización en el mundo editorial, la iniciativa del desarrollo editorial ya no está en manos de los editores.

Un resumen de una encuesta a editores realizada en la edición de 2015 de la feria del Libro de Frankfurt y publicado por Smartbook ofrece una imagen de la situación.

120 editores de un variado universo de pertenencia de los casi 1000 presentes, respondieron a un cuestionario de esta forma:

  • 16% no dedica ningún recurso a la I+D
  • 18% tiene un departamento I+D
  • 41% cubre la I+D en la propia sede aunque la desarrollan departamentos como el de ventas o business development (es decir, está en mano de un departamento comercial, no de decisión, no de producción)
  • 8% confía en servicios externos (es decir, externaliza sus funciones naturales)

No hay desarrollo del libro electrónico dentro de las empresas que realizan el libro electrónico. Y esto se refleja en la tendencia a externalizar la realización del libro electrónico, cuya consecuencia inmediata es la imposibilidad de comprender, por parte del editor y las editoriales que así hacen, qué es y cómo es un libro electrónico. Y es que en muchos casos no poseen personal competente y no invierten en formación, resultado de la política de externalización iniciada en los años ochenta. La consecuencia es por un lado la precarización del personal y por otro la pérdida de competencias internas sobre las cuales desarrollar nuevos formatos, nuevas metodologías, nuevas formas. El desastroso resultado final es que las editoriales pierden iniciativa, capacidad de innovar y autonomía. Es inevitable que este modo de hacer conduzca a la externalización creciente de las tareas editoriales, con consecuente depauperación de los profesionales del campo y alcance su ápice con el libro electrónico. Editoriales deprofesionalizadas aumentan quizá la rentabilidad, seguro aumentan los errores (que alcanzan el rango de sistémicos) y el desconocimiento general del libro electrónico (o producto), del medio en que se mueve y sus posibilidades de promoción (entre las cuales está la comercial).

Es comprensible pues que en ámbito digital el desapego por el producto, el desprecio por la obra, sean una constante porque no existe posibilidad de realizar un trabajo digno sin tener los conocimientos ni los instrumentos para ello.

Es comprensible que el resultado final sea el que es: un libro electrónico depotenciado.

Me refiero a la posibilidad real que los editores de libros electrónicos tienen de adaptar sus obras a lectores con problemas como dislexia o daltonismo.

El libro impreso está en este aspecto muy por debajo del libro electrónico en cuanto a potencialidad. Una vez editado y elegido el tipo en que se publicará, la fijeza del libro impreso no deja espacio alguno a su modificación y su adaptabilidad a diferentes lectores, especialmente los que tienen problemas de lectura, es nulo. Es ahí donde el libro electrónico puede desarrollar todas sus virtudes, ensanchando el horizonte del libro.

El libro electrónico tiene capacidad de adaptación de la tipografía, lo cual es destacable y sobre todo útil para los disléxicos. Hay tipografías (y hablo solo de alfabetos latinos, porque desconozco el estado de la cuestión en otros alfabetos) especialmente diseñadas para disléxicos, cuya percepción de la grafía va desde la dificultad de lectura a la barrera de compresión y aprendizaje (por tanto de desarrollo personal). No es una cuestión baladí. Si las futuras generaciones harán uso de instrumentos de lectura electrónicos sería especialmente triste que les pusiésemos a disposición para su lectura textos que reproducen los mismos límites y errores de sus parientes impresos.

Todo estupendo hasta que no nos acercamos demasiado al muro de la realidad. Los límites a los lectores de libros electrónicos representan una seria cortapisa al desarrollo de todos los potenciales del ebook. Una vez más las limitaciones que los fabricantes de ereaders imponen con la proyectación y construcción de sus aparatos desvirtúan el crecimiento potencial del libro electrónico, sobre todo del formato ePUB, un formato abierto que reclama el estatuto de estándar de publicación del ebook: ¿por qué debemos contentarnos de aparatos cercenados en sus capacidades y libros electrónicos que dan menos de los podrían dar a los lectores en términos de calidad de lectura?

Los resultados de esta estrategia constructiva son dos, ninguno bueno: frena el desarrollo de una formato, el ePUB, que está ya ahora por debajo de sus potencialidades y de la capacidad de éste de ofrecer a los lectores, incluidos los que tienen problemas de lectura, una experiencia más rica y plena en su afición favorita; frena el impulso al libro electrónico imponiendo medidas que de hecho tienden a dar al libro electrónico la misma dimensionalidad del libro impreso.

Ante esta situación me permito sugerir que editores, asociaciones de editores (y también el gremio, claro), desarrolladores, maquetadores, lectores y autores se sumen a un campaña en que se solicite a los constructores de ereaders (y a los distribuidores también en algunos casos) la inclusión de una serie de medidas algunas de la cuales son:

  • inclusión tipografías alternativas a las que usan como estándar interno;
  • aceptación plena de CSS en la hoja de estilo y de HTML, especialmente en las etiquetas.

En mi opinión merece la pena perder algo de control para ganar lectores, a menos que el libro electrónico de hecho no le interese a nadie. Y es posible que sea eso lo que sucede. Tanto desapego y desidia pueden explicarse con dos consideraciones iniciales:

  • la rentabilidad del ebook es menor que la del libro impreso y en un sector en crisis conceptual y estructural una mayor rentabilidad inmediata supera cualquier calculo de supervivencia futura;
  • la nula exploración de la revolución digital en el sector y también entre todos nosotros, ciudadanos de a pie, ha dado sin embargo con un culpable: la piratería. Siempre ha sido más fácil hallar un enemigo que una solución.

Luego toda profecía incumplida es fácil presa, toda previsión cumplida es de rigor ignorarla; y en cada uno de los casos se cruzan intereses que nada tiene que ver ni con el libro, ni con la cultura, ni con la edición ni mucho menos con los lectores.

Si todo esto no dibuja un futuro halagüeño, la convergencia entre web y libro electrónico, que se vislumbra en el horizonte temporal próximo, representa un reto conceptual y práctico para el cual muchos editores no parecen estar preparados, especialmente los que han decidido anclar sus posiciones en la negación de la realidad de la edición, escritura y lectura hoy y mañana.

Personalmente creo que a pesar de la desidia generalizada existe una porción de editores que han comprendido la necesidad de apostar por la calidad de edición no solo como signo distintivo, sino también como ejercicio de responsabilidad y de compromiso ético con el lector. No me cabe duda de que la dimensión general de este tipo de editor no sobrepasa la de pequeño y rara avis si alcanza la de mediano. Se argumentará que los costes de la propuesta que se lee entrelíneas son inasumibles; de hecho son inasumibles por la erosión que han sufrido en su capital a través de las externalizaciones de décadas. Pues bien, editores , consórciense. No solo porque puede ayudar a reducir costes sino porque ayuda a encontrar soluciones comunes, aprender y colaborar. Pongan a trabajar su imaginación, acepten riesgos, piensen en medio y no en corto plazo, aúnen fuerzas, consideren ganar menos para ganar más tiempo.

Mientras tanto el sector editorial es eso, un sector, nada de industria porque como tal no se comporta salvo para pedir subvenciones.

Claro que todo esto no es solo patrimonio de las editoriales. Como ya he apuntado los constructores y fabricantes de dispositivos de lectura también se desentienden de estándares y potencialidades pues ni siguen estándares, ni innovan, ni incluyen muchas de las potencialidades del libro electrónico entre las capacidades reales de sus dispositivos; la lentitud en la inclusión de carácteres, la lentitud de aceptación de los ePub recientes, la inclusión de sistemas de control a través de DRM o la colaboración a la creación de “jardines vallados” o mercados protegidos. Es difícil establecer si los fabricantes de dispositivos no se actualizan porque los editores no lo hacen o viceversa, o si es solo la suma de desidias grupales diferentes pero coincidentes.

(A modo de) Conclusiones

El libro electrónico es la forma más evidente en que cristaliza la edición digital. En su mayor parte la edición digital no ha sido comprendida por los editores y en el caso más optimista empieza a serlo ahora. Es consecuencia de ello la escasa compresión de qué es el libro electrónico, cuales sus formas y dinámicas, cual su construcción. La escasa calidad no es casual, sino una realidad por voluntaria omisión de acción.

Ignorando todo esto el producto final, el libro electrónico, no ha sido desarrollado como producto óptimo, sino como sucedáneo. La diversa naturaleza de la codificación del texto, las posibilidades de extensión del libro electrónico, todo ha quedado relegado al subdesarrollo tecnológico, creativo, conceptual y mercantil. Los editores han sido, son y serán los primeros responsables y a ellos corresponde tomar el timón. La situación actual deja poco espacio al optimismo porque la infravaloración del libro electrónico consecuente a la escasa calidad, hija de la escasa atención y comprensión, ha contagiado a todos los miembros de la red en la que se apoya el libro. No es algo casual sino el reflejo de una cultura de rechazo e ignorancia interesada en mantener un sistema productivo conocido en vez de adaptarse y desarrollar un sistema nuevo y diverso.

El libro electrónico hoy es un infralibro, un producto de mínimos, en términos de calidad, proyectación, creatividad y políticas comerciales. El por qué de este arrinconamiento que va desde su origen, el editor, al lector, pasando por todos los demás sujetos estriba en que solo mediante su ostracismo factual puede seguir defendiéndose un sistema inadecuado, ineficiente e ineficaz; se ha creado un sistema combinado en el que cada sujeto implicado colabora en mantener un escudo artificial y justamente por artificial acabará cediendo incrementando la potencia del impacto.

El libro electrónico hoy necesita una revolución.

Como colofón dejo estas otras reflexiones conectadas en un modo u otro a cuanto expuesto:

de José Antonio Millán “Calidades en eBooks

de Jiminy Panoz “Lets talk about ebook performance”

de Guillermo Schavelzon “Seis problemas del mundo del libro”

 

Big Data y la reducción de la realidad

Ya en otras ocasiones me he ocupado de Big Data señalando sus límites, sus dificultades y, sobre todo, sus implicaciones de fondo. Resulta obvio que los datos disponibles lo son en función del universo de origen disponible: en otras palabras lo datos proceden de las cosas que hay a disposición y además a de su peso en nuestra cotidianidad. De ese universo extraemos datos que a su vez dibujan el futuro próximo.

Por ejemplo si nuestra cotidianidad lectora nos indica que la exposición mediática, real y virtual, y de las librerías y de los lectores medios próximos es alta y relatan la obra x, con Big Data tendremos que x es un libro codiciado, aún más en la medida que otros libros son desconocidos y que estos lo son en la medida en que Big Data no los señala. La consecuencia es que veremos proliferar obras similares a x, mientras otras quedarán en el silencio de los datos.

Todo esto parece una burda explicación, pero la realidad es que Big Data reduce la variedad de elementos aumentando la profundidad de la indagación, restringe la realidad. Big Data computa lo existente, que procede de decisiones previas (condideraciones que nacen de una visión de futuro y que tal futuro puede quedar limitado al solo provecho comercial inmediato), que reflejan una dirección; los cambios se construyen o anticipan en base a la creciente combinación de Big Data con decisiones previas.

La bibliodiversidad, la variedad de lo existente, las propuestas futuras nacen de decisiones que prescinden de Big Data (que resultan viceversa empobrecedores) porque apuntan al futuro sobre la base de ideas y conceptos que persiguen la creación de la diversidad.

Si los editores desean usar Big Data deberían tener esto bien presente, especialmente si anhelan contribuir al desarrollo intelectual de la sociedad.

El eco y el sector editorial: autocomplacencia y distorsión

Tras el último EditaBCN, del que leo diversas fuentes y, pues no pude asistir, me hago un balance personal que me lleva a ser poco optimista. Pero que nadie crea que éste es solo por EditaBCN, es fruto de un largo camino con muchas piedras y guijarros.

Al sector editorial le encanta oírse. Tanto que desde hace ya tiempo va repitiendo por ahí las mismas cosas año tras año a través de los mismos portavoces. La cosa es más preocupante que aburrida, que ya lo es rato largo. Es una reiteración que supone inmovilismo. O peor es una reiteración que pretende convencer, por repetición ad infinito, de una realidad muy distinta a la real. Ante esto cabe pensar que: o hay un interés por sepultar cualquier disenso y práctica de la realidad en favor de un modelo con muchas grietas y que favorece solo a algunos; o se comulga profundamente con el espíritu neoliberal y los dominadores de hoy creen que serán los dominadores del mañana ocurra lo que ocurra y muy especialmente si convencen a los demás de nada debe ocurrir.

Ambas visiones no se excluyen, pero implican diferentes dosis de terror y diferentes focos de irradiación del terror; el error, sin embargo permanece.

Quisiera recordar sin embargo que pocos grandes grupos suponen no solo una pérdida real de diversidad bibliográfica sino que suponen también grandes deudas financieras.

Un amigo me ha dicho durante una conversación, “Es curioso como las nuevas editoriales españolas desdeñan a los editores veteranos y expertos, y ni siquiera se asocian para hacer cosas efectivas (salvo contadas excepciones). Tienen un potencial enorme si se unieran, aunque sea al margen del Gremio. Eso no pasa en Chile ni en Argentina, donde enseguida han visto las ventajas de unirse.” (sic). Mucho mejor los gurús. Poco más me queda por decir a mi. He predicado desde este blog la consorciación en muchas formas y maneras sin que haya podido ver una traducción. También he predicado la necesidad de un debate público sobre la edición, la edición digital y el libro electrónico. Con el mismo resultado. Empiezo a pensar que es mejor que me calle (y ya habrá alguno por ahí que aplaude y piensa que ya era hora). Quizá lo haga, quizá no.

El sector editorial es el primer responsable de su destino y de las formas que decide aplicar a su forma de actuar el propio pensamiento. Ningún otro sujeto, sino el mismo sector editorial. La cuestión es si el sector editorial tiene un pensamiento propio, un regla de actuación definida. La cuestión es si quien disiente es capaz de organizarse colectivamente para salir adelante en un ambiente y una época hostil; ¿es posible que una parte de la innovación sea social, sea oponerse a un modelo totalizador, excluyente, devastador, empobrecedor, irresponsable? Si es así, si tú editor que lees piensas que es así, entonces muévete porque salvarle la piel hoy no es bastante para mañana, para ti y para mi.

Con este post cierro el mes de julio. Quizá escriba en agosto. Quizá lo haga con otra piel encima. En todo caso, buen verano.

Los datos del sector editorial.

¡Que batiburrillo de números!

Han salido a la luz los datos del 2015 referidos a la edición en España y la verdad es que son un claro ejemplo de la imposibilidad de tener datos unívocos sobre la materia.

En cualquier caso y como Manuel Gil Espín y Bernat Ruiz Domènec ya anuncian artículos bien meditados sobre estos números, yo solo voy a apuntar algunas cuestiones generales para la reflexión.

Datos

En esta fuente, y con los datos de la Agencia del ISBN, la FGEE habla de 73.144 títulos en 2015. En el Análisis del mercado editorial en España (accesible desde aquí) habla de 80.181 títulos. Por su parte el MECD en su Avance de panorámica de la edición española de libros 2015 partiendo de datos obtenidos de DILVE y la Agencia del ISBN da el número de 79.397.

Aunque el Análisis del mercado editorial en España no cita la fuente de lso datos (al menos en la nota de prensa) supongo que la fuente es la misma para los dos entes. Datos en entredicho o en conflicto o confusos, pero no deja de ser curioso que hablando del mismo dato para el mismo año las cifras sean dispares.

Último apunte, los autores autopublicados que han presscindido del ISBN, cuántos son, qué han generado en facturación y demás índices.

Crecimiento

Para poder mantener el parangón utilizo los datos de la FGEE (últimos datos en el caso del 2015, o sea los de Análisis del mercado editorial en España).

Aumento del número de títulos 10%, es decir 1.673 títulos más, 32 títulos nuevos por semana (que en su mayor parte pertenecen a los grandes grupos editoriales).

Aumento del facturado 2,8%.

Restando al facturado del 2015 (2.257 millones de euros) el facturado del 2014 (2.195 millones de euros) la cifra es más clara: 62 millones de euros más, en realidad y teniendo en cuenta el volumen del sector y la cantidad de títulos disponibles, es poca cosa.

Cuando hablamos de crecimiento, ¿a qué crecimiento nos referimos? Al parecer al aumento de producción, como si esto fuese ya un valor positivo, cosa que dudo. Tengámoslo en cuenta porque en las próximas semanas oiremos hablar mucho de crecimiento.

Valga esto también para el libro electrónico, si bien la variación de títulos ofrecidos de un año a otro el del 1,7% mientras el número de ejemplares vendidos subió un 13% y el incremento en la facturación global del sector fuese un 4,9% superior al 2014. El que quiera entender que entienda.

Sería apetecible saber cual es la inversión en desarrollo (i+d, desarrollo tecnológico, actualización de saberes profesionales) realizada por el sector. Eso podría ser crecimiento.

Sería apetecible saber, pero la FGEE no nos lo dice, cuantos empleos ha creado o perdido el sector editorial y de que calidad. Eso podría ser crecimiento.

Títulos

80181 títulos con una tirada media de 2810 ejemplares por título (en 2014 era de 2886 ejemplares por título) dan 225.308.610 ejemplares o 4,8 libros por cabeza (más o menos). Si tan solo se comprasen 3 libros por cabeza (138 millones de ejemplares vendidos, el 60% de la producción) y año sería imposible tener la crisis de devoluciones que tiene el sector y tendríamos otro país, quizá. Pero soy consciente de que estos números contienen errores aunque quizá no mayores de los que ofrece la FGEE, pues habla de ventas de 155.430.000 ejemplares (68% de la producción) en 2015. distribuidores y libreros puede que no estén tan de acuerdo con estas cifras. Y es que el 35% de los españoles no lee nunca. El sector editorial reposa sobre los hombros de 27 millones de lectores, en realidad sobre un número mucho más exiguo.

Por otro lado la reducción del número de ejemplares por título, aunque solo sea de 76 copias, indica dos cosas:

  • como es siempre más difícil vender libros,
  • el paso paulatino crecimiento del peso de la impresión bajo demanda.

Conclusión este crecimiento en el número de títulos no corresponde a un valor positivo de por si aunque así se vende al público; el sector no se recupera solo porque edita más títulos.

Adiós a las armas

Han pasado pocos años y es visible para cualquiera que el nivel de combatividad de las pequeñas editoriales digitales ha desaparecido de la escena. Las editoriales que a partir de 2009-2010 nacieron y pelearon, en el ámbito que les era propio y consiguiendo la visibilidad y notoriedad que era posible, por la dignidad y la calidad del libro electrónico, sacándolo de la zona umbría en que estaba relegado.

¿Qué ha pasado en este tiempo?, ¿por qué estas editoriales han cesado de dar batalla pública?

En mi opinión, como siempre, han ocurrido varias cosas.

  • el ebook ya no es una novedad. Y esto tiene dos lecturas:
    • no hay que seguir promoviendo y divulgando el ebook porque ya es conocido por muchos. En que forma, con que distribución y demás es algo que convendría analizar con calma pero resulta innegable que ya no es un desconocido.
    • El ebook ha llegado para quedarse, como se decía una vez, es una frase hecha realidad y sigue habiendo quien tolera mal la realidad
  • la progresión del ebook como realidad comercial ha seguido una camino razonable; los datos sobre su camino presente y futuro son, como siempre, interpretables de un modo u otro, favorable o menos, con mayor o menor tiempo, pero sobre los datos del pasado no hay discusión posible. Este dato ha hecho que las editoriales digitales sean más cautas y sobre todo han tenido que pechar con las previsiones que no hicieron ellas, sino otros sujetos en general no pertenecientes al sector editorial y que tenían y tienen sus propios intereses más allá del libro (en cualquier formato). El ataque frontal al libro electrónico desatado por algunos sectores del mundo editorial y afines ante el incumplimiento de las previsiones (o profecías) de ventas, ha producido un mutismo sobre las posibilidades reales del ebook, sobre sus problemas de distribución (cuando se quisiera prescindir de geolocalización o drm), sobre las dificultades de codificación, sobre las cortapisas efectivas por parte de los e-readers a determinados formatos, sobre las posibilidades narrativas del libro electrónico, etc… todo ha caído ante los libros contables y las palabras de terceros. No puedo sin embargo callar que si el libro electrónico no ha sido el salvador de las editoriales (que en términos generales poco o nada han hecho para comprenderlo, realizarlo adecuadamente y desarrollarlo), el libro impreso no ha cesado de caer y nadie a dicho nada en su contra, aunque tampoco salve los libros contables; véase el cierre de librerías y editoriales (o la compra de estas por grupos mayores).
  • Se han reducido los espacios de debate sobre el libro electrónico. Aquí es muy difícil distinguir causa de efecto: se han reducido porque paulatinamente ha caído el nivel de participación o este ha caído porque paulatinamente se han ido cerrando estos espacios (desapareciendo en número o cerrándose a la interacción). Hay que meditar sobre estas dinámicas. Sea como sea la realidad es que el silencio a cerca del libro electrónico es enorme y se rompe solo para atacarlo puntualmente.

En realidad este grupo batallador era pequeño pero aguerrido. Quizá era demasiado el peso que sostenían sus hombros. Y el problema es que era pequeño y que sus preocupaciones y sus debates no alcanzaron jamás a las editoriales más grandes, punto este que es fácil comprobar en base a la participación de las editoriales en organismos como el W3C o el IDPF que afrontan cuestiones relativas a la estandardización el libro electrónico y su desarrollo. No quiere decir esto que todos los debates fuesen improductivos, quiere decir que los resultados han sido parciales o muy reducidos.

Por otro lado la digitalización en el sector editorial ha quedado claro que no era solo cuestión de producto final (el #ebook) sino de flujo de trabajo y quizá también en esto hay que lamentar que no se haya avanzado tanto como habría sido deseable.

En cualquier caso el libro electrónico, su debate público y su desarrollo mueren de inanición. Este adiós a las armas está siendo muy amargo.

El espejismo de la profesionalización del escritor

La figura del escritor retoma de tanto en tanto cierta relevancia en el debate general sobre el libro. Lo más frecuente es que la cuestión se centre en el auge de los autores autopublicados y el la calidad e la escritura. A mi me gustaría abordar la cuestión desde otra angulación.

El autor desde el adviento de la modernidad es un profesional. Algo que en la antigüedad no era pensable: cualquier persona era artista. La escritura y la relativa especialización ya pusieron el papel de escritor en otra dimensión, que sin embargo no consiguió distanciar en demasía la mayor parte de la gente gracias a la pervivencia de la literatura oral. La edad digital junto con la extensión de la alfabetización ha vuelto a facultar a cualquier persona de la capacidad de ejercer su creatividad a través de la escritura; merece sin embargo detenerse y anotar que la extensión de la capacidad escribir por apropiación de los medios de la escritura, la difusión de los recursos necesarios para hacerlo, la extensión de las posibilidades de lectura han tenido como otro efecto simultáneo la aparición de formas de analfabetismo de retorno y de analfabetismo funcional, que de hecho merma el ejercicio potencial de la escritura. Así pues, verso y reverso.

La edad moderna trajo consigo el concepto de profesionalización de la escritura y el espejismo de la “vida de escritor”; una espejismo sustancialmente cierto en economías como la estadounidense o la inglesa, menos en la nuestra donde si el fenómeno se afirmó para unos pocos ahora está en franca regresión. La actividad expansiva de las editoriales encuentra desde hace varios años diferentes obstáculos que pueden definirse como estructurales y más allá de la crisis actual: superproducción, bajos índices de lectura, búsqueda de rentabilidad inmediata, modelos productivos predigitales. Las posibilidades de vivir del libro o de profesionalizar la actividad de escritura cambian.

Ante este cuadro la era digital proponía un modelo de cultura libre, de ética hacker como algunos la han llamado, que suponía el retorno de la actividad de la escritura a la participación individual en fenómenos culturales colectivos cuyo fin era la “realización de si”, es decir una contribución creativa no mercantilizada o no exclusivamente mercantilizada. En otras palabras, la edad digital desarticula los mecanismos de profesionalización de la escritura gracias a la difusión de instrumentos de masa cuyo coste es relativamente bajo y cuya difusión se beneficia de los mismos mecanismos de mercado (a otro rato las posibles contradicciones).

Tomado nota de esto nuestro sistema productivo a desplazado el eje y ha propuesto una identificación de actividad con profesión y por tanto profesionalización, marca personal, beneficio directo. En síntesis se ha propuesto un nuevo espejismo en el cual la editorial ha perdido fuerza en aras de los intermediadores tecnológicos y el escritor ha asumido su actividad como profesión, olvidando cualquier veleidad anterior, y reproduciendo los esquemas de producción editorial a menor escala, con mayor esfuerzo y en un panorama donde la superproducción de la escritura amenaza con alcanzar niveles jamás pensados antes.

Está claro que esta actividad como actividad de lucro (con lucro se entiende el pretendido por el autor como resultado de su actividad “profesional de escritor”) pone sobre la mesa algunos problemas como, por ejemplo, la profesionalidad del resultado y el mercado, la asunción de las actividades paralelas (el marketing) por parte del autor o la mercantilización de la “fanfiction” y los posibles litigios debidos al copyright.

Pero no son los únicos.

La terciarización iniciada por las editoriales ha pasado ahora a los autores en la medida que estos optan por prescindir de las primeras. Si las editoriales substituían los profesionales internos con otros externos en un intento de abaratar costes y/o aumentar la rentabilidad, los autores tienden a prescindir de las figuras profesionales de editores, correctores, etc. La conclusión es, lamentablemente, la pérdida de saberes implícitos y explícitos que acumulaban estas figuras profesionales. También se produce, consecuentemente, una pérdida de calidad formal del producto, ya sea en su presentación, uso y goce, ya sea en las características de estilo de las obras (sobreentendido queda que se trata de una generalización razonable).

Nos hallamos en una fase de desestabilización de un sistema que no se ha adaptado a nuevos esquemas digitales sino ante un sistema que por un lado ha adaptado los productos digitales a un esquema predigital y por otro ha aprovechado de un clima social e ideológico para reducir el papel de la creación de la escritura a un fenómeno de mercadeo personal, donde el “escritor” se reduce a marca personal y se le adosa, sin que desempeñe en modo efectivo después en la mayor parte de los casos, todos los procesos editoriales a excepción de la distribución y su control, donde se juega la partida.

El autor pues ha aceptado ponerse unas orejeras, ha colaborado a desmontar un sistema sin substituirlo, ha aceptado las ventajas de la digitalización sin preguntarse en qué consiste y qué puede ofrecer y puede ofrecer él a cambio.

Las editoriales se están convirtiendo en contenedores de gestión limitada (puesto que en su mayor parte ni poseen flujos de trabajo digitales aptos a manejar una era digital ni controlan la distribución digital) de títulos que potencialmente entran en las corrientes de lectura, definiendo y realizando nuevas corrientes y nuevas segmentaciones en los gustos (supuesto o reales, para mi tan reales en algunos casos como las previsiones nixonianas de la guerra del Vietnam) que con frecuencia tienen por resultado el incremento de la superproducción de títulos reduciendo la tirada media de los mismos.

¿Existen alternativas? Existen. Desde luego pasan por no aceptar este estado de cosas. En cualquier caso hoy me he limitado a exponer una cuestión.

Editoriales y moneda social

hay un concepto en el último artículo de Roger Domingo (este) que me ha llamado la atención: moneda social, es decir el prestigio social que se adquiere ante pares (que nadie la confunda en este artículo con la moneda social como expresión de redes económicas locales con moneda propia, aunque quizá sería interesante explorar la confluencia).

La cuestión es como funciona en el mundo de los libros, de los editores y los lectores. En general parece que como actividad de prestigio la lectura cuenta muy limitadamente, pues en general las actividades intelectuales no gozan de reconocimiento público; el círculo en el cual funciona la moneda social es restringido, no digo elitista sino restringido. Por ejemplo, entre los lectores de Harry Potter, mucho antes de Pottermore, esta moneda social funcionaba según cantidad de lectura, velocidad de lectura y profundidad del conocimiento de los entresijos del mundo fabntastico de Rowling. Caso similar es el de Tolkien y sus mundos fabulosos; promemoria, eran los ’80 cuando despegó el fenómeno, lejos de las redes sociales virtuales. Podemos pensar que hoy este mismo prestigio sigue vigente porque es así. Existen hoy muchos cículos de lectores, clubes de lectura, foros y debates en al red y fuera de ella. Se trata sin embargo de algo circunscrito a pequeños nucleos heterogéneos. Leer, como corresponde a una realidad con un escaso porcentaje de lectores habituales (digitales o no, es una distinción inoperante) , es una actividad sectaria, la moneda social circula en pequeñas cantidades.

Ante esta penuria las editoriales pueden favorecer los lectores vagos, los lectores de best sellers, los fieles de un autor, los lectores ocasionales o…o pueden dedicarse a fomentar la moneda social que liga a la lectura. Los hay que lo hacen, más incluso de lo que parece pero menos de lo necesario. El problema es, con frecuencia, la falta de continuidad de la empresa. Recuperar esa moneda social para la lectura puede ser una clave de la recuperación del prestigio y también un recurso a explorar por parte de las editoriales “de nicho”, aquellas que cultivan ciertos campos y ciertos lectores. Ojalá sean fructíferos.