(Como siempre anticipo que las líneas que siguen, tantas esta vez, son únicamente mi opinión, que espero se comparta o sirva para iniciar un debate)
Hoy en día existe una hiperabundancia de oferta de lectura: a la hiperproducción del sector editorial hay que sumar la cantidad inmensa de autores autopublicados y, además, otros contenidos accesibles con los mismos aparatos con que leemos. La cuestión pone en serías dificultades al cualquier editorial (e incluso a los autopublicados, aunque prefieran ignorarlo).
Para discurrir sobre este tema me he hecho un rudimentario gráfico que ayudará mucho a entender la situación actual, cómo influye en las políticas de las editoriales, que consecuencias tiene y que alternativas pueden plantearse (o al menos yo me las planteo y aquí las dejo por si alguien más tiene interés).
Internet es hoy referencia para el acceso a las lecturas y que ese universo de referencia esta en expansión (internet será en cinco años cinco veces mayor que hoy). No hace falta mucho para darse cuenta que el número de lecturas (o de contenidos que se relacionan con la lectura, como reseñas, críticas, promociones, materiales añadidos, etc) ha crecido en modo exponencial respecto a hace una década. Sin embargo nuestro tiempo dedicado a la lectura y al acceso a contenidos que podemos englobar en la lectura es sustancialmente estable. De hecho el punto de encuentro entre oferta y demanda ha quedado ya rebasado en el tiempo, es algo que pertenece al pasado.
La zona que en el gráfico se halla antes y por debajo del punto de contacto muestra el tiempo en que el sector editorial podía crecer porque el tiempo que podía ser destinado a la lectura era mayor respecto a los contenidos producidos.
La zona posterior y por encima al punto de encuentro muestra en vez la situación actual, donde la cantidad de lecturas y contenidos asociados es muchísimo mayor a la capacidad de lectura de cada uno de nosotros.
Un efecto de esta sobreabundancia es que se prefieren los las formas más rápidas, que no siempre las más breves; entre un libro y un trailer del libro (que nos dé la información principal y relevante de us contenido) o la película del mismo tenderemos a elegir las formas más visuales y menos costosas desde el punto de vista utilitarista. Dicho de otro modo e infiero cuanto sigue de una forma de empirismo, es tal el alud de lecturas propuestas en proporción al tiempo disponible que la lectura pasa al último lugar de las preferencias pues no somos capaces de determinar cuales serán las que no satisfagan más a la vez que se constata que es imposible consumirlas (terminarlas) todas. Cualquier otra forma más accesible de información o entretenimiento es mejor: la imagen resulta imbatible.
¿Las editoriales deben pensar/hacer/editar libros como videojuegos? Algunos piensan que sí. La inferencia, en mi opinión falsa, es que la lectura compite con otras formas de entretenimiento audiovisual y que si quiere, al menos, establecer la paridad debe proponer formas igualmente audiovisuales. En realidad no; si así fuese hace casi un siglo que compite sin caer derrotada con la radio y/o el cine. En realidad compite contra si misma: la lectura sufre de la sobreabundancia que el mismo sector editorial ha creado.
Hiperabundancia y visibilidad, aspectos prácticos
Queda claro que en un contexto como este la posibilidad de que la lectura propuesta sea invisible en el proceloso mar de las posibles lecturas es mucha más elevada. La editorial se preocupa pues de la visibilidad de sus propuestas. Mientras una vez esto quedaba en manos de circuitos cerrados y determinados incluidos en la publicidad y las relaciones con los medios de prensa, ahora estos circuitos son amplios y difusos. El esfuerzo pues ha cambiado y el rendimiento también, de nuevo la amplitud de la red constituye una dificultad. Me explico con una imagen: si una vez echábamos una piedra en el estaque la dimensión de la piedra producía encrespaduras más o menos grandes, según el tamaño de la piedra, que podían alcanzar los bordes de un estanque. Ahora tenemos un enorme lago y para alcanzar los bordes deberíamos lanzar auténticos meños, algo siempre más fuera de alcanza de la inmensa mayoría. Si hace un tiempo el ingenio podía suplir la falta de medios la creciente sofisticación del público y las siempre más exhaustivas segmentaciones imponen crear paracontenidos siempre más sofisticados y con mayor uso de medios reales o virtuales con mayor número de horas dedicadas a estos paracontenidos. Y además promoción, publicidad y distribución finalmente eclipsan el contenido mismo que publicitan, promocionan y distribuyen.
El resultado es que con la ampliación de la red los más pequeños quedan siempre más arrinconados o como decía una canción “los últimos serán los últimos si los primeros son inalcanzables”. A pesar de todo la continua expansión de la red amenaza con hacer vanos incluso los esfuerzos de las grandes corporaciones porque los costes de la inversión crecen y el rendimiento se reduce. Y no es lo único que se reduce en las grandes corporaciones: para que la inversión sea rentables en los posible la oferta se reduce en variedad, que no en número, y se globaliza. Se elimina, en otras palabras, la producción local.
Un resultado perverso de este giro de las estrategias mediáticas es que mientras se clama que “el contenido es el rey” en realidad este ha pasado a ser un instrumento. Contenidos y paracontenidos, cuyo coste de producción sale mientras su margen se reduce en un contexto hipercompetitivo y extremamente saturado, pierden valor real y simbólico y devienen instrumentos para la adquisición de datos. Estos datos o bien entran en un comercio más o menos lícito o bien tras su análisis sirven para dirigir sea el gusto del lector sea la producción de nuevos contenidos y paracontenidos. La jugada termina por ser perversa porque por un lado impone seguir un gusto cambiante y por otro anticiparlo y a ser posible imponerle nuevas lecturas o contenidos audiovisuales. Resulta obvio que la primera de las dos opciones es la que radicalmente cambia el sector editorial. De hecho supone un cambio completo de la orientación del sector editorial que pasa de ocuparse de textos (en cualquiera de sus formas y con relativos complementos) a ocuparse de datos: de comercializar textos a comercializar datos. No es un cambio baladí. Tiene implicaciones prácticas y éticas.
Considerando exclusivamente el aspecto práctico no lo es porque recoger y tratar estos datos (con o sin su comercialización posterior) hace necesaria una inversión. En la situación actual solo grandes grupos con recursos financieros propios o con acceso al crédito pueden acometer la cuestión. En otro caso es necesario que esto recaiga en una empresa externa a la editorial. Este proceso de externalización que tuvo inicio en el sector editorial a inicio de los ’80, que de hecho supuso no haber entendido el alcance estratégico de la digitalización, se ahonda y determina un debilidad estructural mayor para los más pequeños del sector. Si los datos se convierten en un recurso de las editoriales poner este recurso en manos ajenas no puede llevar a ningún fortalecimiento ni estratégico ni estructural. En realidad esta obsesión por los datos refleja la incapacidad de generar relaciones reales y/o virtuales con los lectores (propios o ajenos) pues el famoso internet 2.0, aquel de las conversaciones y la principalidad del usuario/cliente jamás despegó y a los usuarios/clientes se les pidió únicamente asentimiento, construyendo espacios que solo daban lugar a quien reforzaba positivamente el mensaje que las editoriales querían hacernos llegar. No habiendo debate, no preguntando, no escuchando, no proponiendo ni acogiendo ideas salvo en casos limitados, el sector no ha construido relaciones. Sin relaciones quedan los datos. O, alternativamente, el fichaje de quien las relaciones si las ha construido: el autor autopublicado que posee esa red de relaciones que avala luego con su compras el fichaje por parte de una editorial (dejo para otro día el análisis económico de ese esfuerzo y el auténtico ROI de las ventas para los grandes éxitos autopublicados).
Dejo al margen consideraciones éticas como la expansión de datos de los compradores entre diferentes empresas (la editorial y la empresa que efectivamente trata los datos), la invasión de la intimidad incluso sin adecuada información sobre el alcance de la profundidad del tratamiento de los datos (por ejemplo, dónde paró de leer, cuándo lee, etc…), el reflejo que este cambio de interés tiene en la producción del libro y sus reflejos editoriales y otras más que el lector puede ir poniendo tras su propia reflexión. Pero no puedo no hacer notar que basta un buen análisis de los metadatos de los libros vendidos para obtener buenas indicaciones de las preferencias de los lectores, datos simples nada invasivos y que son más efectivos si las ventas se hacen en la propia página web.
En definitiva, el sector editorial pasa por un momento de transición en gran parte porque en su momento ignoró la realidad circunstante, porque ha debilitado su propia posición estratégica, porque sin ser industria piensa serlo, porque no en general no invierte ni en tecnología, ni en formación ni en relaciones, porque ha intentando una salida hacia adelante generando una hiperproducción de contenido que provoca su propia asfixia. Y las dimensiones futuras hacen peligrar toda editorial de la grande a la pequeña, aunque las pequeñas corren el riesgo de caer las primeras.
Posibilidades y soluciones
Y sin embargo creo que hay soluciones, especialmente para las pequeñas editoriales.
La sostenibilidad de una iniciativa editorial en un mundo saturado de contenidos no pasa por competir con otros contenidos de más rápida adquisición; quizá habría que considerar si esa competición que el sector parece empeñado en suscribir no ha conllevado la suscripción de una rotación de títulos imposible de sostener y si no es una de las razones de abandono de lectura de esos mismos títulos de rotación vertiginosa.
La sostenibilidad de un proyecto editorial pasa, a mi juicio, por:
- Olvidar el sueño de una rentabilidad que se eleve por encima del 5%: todo lo demás es una entelequia y un espejismo especulativo.
- Atraer, generar y conservar lectores: demasiado la hiperproducción de contenido se reversa en un exiguo número de lectores. Si no se realiza un esfuerzo por aumentar esta base cualquier otra política, cualquier ulterior esfuerzo está condenado de antemano a la insuficiencia y la irrelevancia.
Existen muchas posibilidades de realizar esto, algunas de la cuales fueron puestas marcha en el pasado y después acantonadas y olvidadas. Habría que volver a repensarlas. - Crear relaciones con los lectores, relaciones físicas y virtuales. Olvidar cualquier relación instrumental con los lectores es la única via para generar confianza. Apostar por formas abiertas que incluyan a las editoriales, que no hable solo de editoriales y en las que no hablen solo las editoriales. El respeto del lector vale su fidelidad a la lectura y este beneficio recae también sobre “nuestro” proyecto editorial, especialmente si se significa en este campo.
- Generar vínculos locales: personal local, imprentas locales, libreros locales, lectores, bares, autores, bibliotecas, clubes de lectura, escuelas: ser motor de la vida cultural y social refuerza la comunidad en la que se encuentra la editorial y consolida la editorial misma. En la medida en que los grandes grupos apuestan por lo global, lo local vuelve a ser punto de arranque de nuevas realidades. Local no excluye una dimensión planetaria, pero refocaliza las prácticas e impone nuevas estrategias.
- Crear vínculos con otros editores para co-editar, generar un circuito de ediciones locales (traducciones) basado en el intercambio de títulos, co-ediciones y otras formas de colaboración.
- Editar y publicar libros en multiformato.
- Editar, publicar y fomentar el debate sobre la edición.
- Editar con la vista puesta en estándares abiertos que puedan asegurar desarrollos futuros de los títulos ya publicados en nuevas formas.
- Editar reduciendo el número de títulos y contenidos a un número realista: no solo debemos contemplar el nivel de ventas sino también las posibilidad real de ser leído, el esfuerzo que supone alimentar un máquina bulímica.
Redes, relaciones, vínculos, respeto, innovación, inversión, internalización son palabras que con su significado reflejan la vertebración de un proyecto editorial, de los contenidos que genera y que colocan más allá de la especulación y de la búsqueda compulsiva de éxitos a corto plazo.