El libro electrónico y la brecha digital


En la antepenúltima entrada de este blog me interrogaba sobre la posibilidad real de la red de ser un acicate a la lectura en un modo mayor o distinto de otras formas de lectura. Sostuve y sostengo que la red es un instrumento cuya mera existencia no supone nada: no justifica por si sola ni ciberutopías ni ciberdistopías.

Si ahondamos la cuestión hacia la brecha digital (o también llamada pobreza digital, que es todavía más clara como denominación), podemos ver como existe una tendencia a señalar a la red y al libro electrónico como un factor que no hace desaparecer tal brecha. Y creo que existe también en esto cierta confusión.

La brecha digital, qué es

La brecha digital es la (im)posibilidad de uso, acceso y apropiación de tecnología ya sea a nivel geográfico, socioeconómico o por género y está en relación a la calidad de las infraestructuras tecnológicas, a los dispositivos de uso, a la conexión y al capital cultural necesario a la transformación de información en conocimiento relevante; esto es lo que en otras palabras dice también el sector de la tecnología móvil mediante los informes y estudios de GSMA (aquí y aquí).

La brecha digital relación inversión, capacidad de gasto y nivel de instrucción de una comunidad: una reflexión sobre ello y los programas para la escuela de Nate Hoffelder.

Libro electrónico y brecha digital

Apostrofar al libro digital como (co)responsable de no atajar la pobreza digital es injusto. En primer lugar el libro electrónico no constituye una infraestructura de acceso, ni es un punto de conexión ni determina la existencia del punto o de conexión o su precio, ni representa, creo, una apropiación de tecnología que no represente por ejemplo un videojuego, un libro impreso o un par de zapatos. Si puede crear imposibilidad de uso al no ser interoperable, al poseer un DRM, al estar geolocalizado, al ser caro o al estar vinculado dispositivos (léase limitación a la interoperabilidad). Sobre todo el libro electrónico no es responsable del nivel de instrucción necesario a hacer de la simple información algo más. O sea no es responsable de la creación del capital cultural. Si así fuere, habría que considerar el libro impreso como (co)responsable de los niveles de analfabetismo (ya sea como tal que el funcional); teniendo en cuenta los impresionantes números de la superproducción editorial sería incluso vergonzante este parangón.

El libro electrónico como instrumento de difusión conocimiento, de las capacidades inclusivas de la tecnología, de superación de clichés culturales (la brecha digital vive en la discriminación por género, como cualquier otro fenómeno discriminatorio de la vida), depende de la construcción social a su alrededor, es decir de la construcción cultural: la economía, las interrelaciones personales, las creencias, las discriminaciones, las ideologías, las limitaciones físicas, etc…No tiene el libro electrónico de por si mayores capacidades de cualquier otro instrumento: todo uso de lo que construimos está decidido de antemano en función de una visión de sociedad, de la cual el instrumento en si tiene pocas o ninguna posibilidad de huir.

Lo que se olvida decir

Se olvida decir que estos datos están necesariamente radicados en las experiencias codificadas y clasificadas por editoriales, distribuidores, libreros, etc…en otras palabras la realidad que hay ahí fuera y que no se acoge a las convenciones del sistema no están recogidas, valoradas, analizadas y contabilizadas, en parte porque no sus ideadores y usuarios no lo desean, en parte porque un sector económico crece en ese cono de sombra, cuya dimensión real es desconocida y ese desconocimiento permite valoraciones económicas arbitrarias o sospechosas.

La parte colaborativa y abierta, cuyos circuitos de difusión no se hayan codificados o no hallan exclusivamente su modus vivendi en la red, esa parte, mantiene viva la mejor esencia del libro electrónico con todas las limitaciones que una situación de penuria puede conllevar en el consumo de bienes digitales; falta dinero para comprar un e-reader, por ejemplo, o existen dificultades en conseguir abastecimiento de energía eléctrica.

El pobre libro electrónico no es Superlibro, ni San Libro, haríamos bien en no pedirle los milagros que no ha cumplido el libro impreso.

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